Aún seguimos en deuda con las mujeres

El 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer; los orígenes de este día se remontan a 1981, cuando militantes y activistas en favor del derecho de la mujer lanzaban sus protestas ante la violencia de género.

Hoy nuestra pluma invitada, Julio César Fajardo Álvarez, gerente del Cesi Campeche, hace una reflexión y análisis del tema con una perspectiva desde los derechos humanos, donde también nos muestra su visión como padre y hace una crítica al patriarcado, los estereotipos y los modelos social y familiar aún enraizados no sólo en México sino en todo el mundo.

Desde Campeche, y en el marco de la “Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer”, tengo el gusto de reflexionar sobre una realidad aún lacerante que, en México como en todo el mundo, sigue vigente. El patriarcado, sexismo y violencia de múltiples aristas no dejan de ser una tarea pendiente en favor de las mujeres, porque tienen que vivir en libertad y es obligación conjunta de todos propiciar las condiciones para ello.

Seguimos estando en deuda con las mujeres. Como esposo, hijo, hermano, tío, amigo y sobre todo como padre, por el amor profundo que siento por mi hija, me preocupa y me ocupa que en todo el mundo se continúe educando socialmente y desde casa a las niñas en la pasividad, en la aceptación de la sumisión, en la resignación de la dependencia, en la obligación de la incondicionalidad y en la limitación de gran parte de sus sueños, lo que sin duda las hace más vulnerables al control y, sobre todo, al padecimiento de comportamientos violentos y a la asimilación del rol de víctimas.

Las mujeres, pieza fundamental del equilibrio familiar y social, existen, son valiosas no por concesión del hombre, sino por naturaleza propia y por lo evidente que la necesidad de que sean libres para desarrollar su máximo potencial en todos los ámbitos. Las mujeres no van y no deben dar marcha atrás en la lucha justa que impulsan.

Si analizamos desde la perspectiva transversal de los derechos humanos y teniendo en cuenta la naturaleza de las convenciones y mecanismos de interacción social, debemos reconocer que, lastimosamente, el patriarcado siempre ha estado vinculado a la violencia o superioridad por cuestiones de sexo, por fortaleza física o simple dominación, pues en esos modelos social y familiar tan enraizado, la masculinidad tiene un comportamiento propiamente agresivo y dominante, inculcado por hombres y mujeres, que se traduce en una desigualdad social crónica y que vicia mucho la interacción entre géneros, pues quienes en forma obtusa insisten en mantenerlo, sólo reproducen esquemas de discriminación sexual en perjuicio de las mujeres y de la violencia de género contra las mismas, siendo que penosamente mucho de esos parámetros inician desde casa, con ejemplos negativos y desviados de un comportamiento armónico y de respeto.

La violencia de género contra las mujeres tiene su caldo de cultivo en el patriarcado, ahí fecunda, se aprovecha cualquier nicho de oportunidad para descartar o limitar la inclusión de las mujeres en espacio, para delimitar los aspectos de la vida pública y privada de las mujeres. La violencia contra las mujeres en ausencia del respeto a sus derechos humanos implica una intromisión en sus deseos y sus planes, es una forma avasallante de influir en que la mujer asuma, en forma condicionada y desafortunada, los estereotipos femeninos y los roles de género que representan una barrera para el pleno desarrollo de su personalidad y de sus derechos.

La violencia contra las mujeres no se limita a una negativa expresión física del machismo y la estupidez, se visualiza y expresa de muchas formas. Hay muchísima legislación en la materia, pero hay que impulsar a que las leyes cobren vida en forma más habitual y común; porque además de la violencia física también está la violencia simbólica, pues a partir de la sociología contemporánea, identificamos que generalmente está asociada a la influencia de conceptos socioculturales aprendidos, es decir, es ésa la que está más arraigada, pues fue nutrida de estereotipos y es aquella violencia que no utiliza la fuerza física, más bien es un tema de poder y autoridad impuesta por los machistas, muchas veces en forma sutil y poco visible, es el cimiento de todo tipo de violencia.

Debemos pues, desde nuestra individualidad, pero también en lo que hace a nuestra familia e interacción social, seguir repensando estrategias para cortar de tajo y rechazar actitudes que fomenten la desigualdad entre hombres y mujeres, pero no sólo en el papel ni por apariencias, tiene que ser algo que detone más allá del discurso, que sea algo real y nos ayude a avanzar a favor de los derechos y dignidad de las mujeres. Es un trabajo prioritario sí para hombres, pero también es obligación y necesidad de todas y todos: reaccionemos y actuemos juntos.

¡Todos somos #DerechosHumanos!

¡#ConEllasSI! ¡#SinEllasNO!

Nos encantará saber qué opinas sobre la reflexión que hizo nuestro compañero Julio César; esperamos tus comentarios ¡y que inicie la conversación!

3 comentarios

  1. María Dolores Rodríguez Tepezano

    Muy bien, me gustó, su escrito desde mi punto de vista, adquiere valor al reconocer el problema, y reconocerlo siendo usted hombre. ¡Felicidades y a seguir escribiendo en Pluma Invitada!

  2. Rosa Isabel Constantino

    Me dio mucho gusto saber que hay muchos hombres que realmente valoran y reconocen la labor que las mujeres realizan y sobre todo que identifica la raíz del problema y nos hace reflexionar sobre como estamos educando a nuestros hijos e hijas en casa, ¿continuamos educando sobre la corriente del patriarcado o sobre una igualdad entre hombres y mujeres?

  3. María Gabriela Islas Salas

    Gracias Julio por el interés de compartir pero sobre todo por reconocer que existen diferentes formas de ejercer violencia hacia la mujer; orienta a tu pequeña hija para que sea una gran mujer con talentos, fortaleza y amor.
    Todo el posible cuando se quiere ser parte del cambio, nuestras acciones pueden resultar contagiosas al igual que una sonrisa.

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